domingo, 14 de marzo de 2010

7 de Enero de 2010. GINEBRA CON HIELO Y SIN LIMÓN



Dijon.
Empiezo a estar resfriado y está claro que me lo he trabajado. Escoger enero para atravesar los Alpes en autostop puede no ser la mejor opción. A pesar de que ya los he dejado atrás, las predicciones anuncian nieve en toda Francia.
Ayer fue un día típico de turista. Vi los edificios, el río y los puentes de Ginebra. Lo que más me llamó la atención es que no sólo hay puentes de una orilla a la otra del río también los hay a través. Puedes ir de un puente a otro a través de pasarelas, pasadizos y diques de piedra. En esos pasadizos, que ayer por la mañana estaban desiertos, me fui cagando de miedo cada vez que me cruzaba con los Sin techo que se refugian allí.
A parte de eso, turismo ortodoxo: Catedral, lago grande como el mar, Toblerone.
Creo que recordaré Ginebra como una ciudad mágica por lo glacial y estalactítico y hostil por lo mismo.
Y hoy he hecho el que creo será el día más duro de autostop del viaje. De Ginebra a Dijon. La bajada de los Alpes por puertos de montaña. 8 coches, 10 horas de viaje. Estaba tan preocupado porque se me hiciera oscuro (cosa fatal para el autopista) que no he disfrutado de todas las compañías.
Una de las personas más interesantes que me han cogido era un señor muy dicharachero de unos 60 y pico años con bigotazo estilo decimonónico de esos de bigote y patillas sin barbilla. Ha sido el primero en parar para sacarme de Suiza, después de reposicionarme al darme cuenta de que llevaba dos horas poniendo el dedo en el sentido opuesto.
Al hablarle al hombre he notado que voy a acabar muy harto de mi dinámica conversacional autostopista repetitiva si no pongo remedios imaginativos: “Gracias. Sí. Es que soy español. Barcelona. Lo es. A Ámsterdam. En autostop. Paupérrimo pero no lo hago por eso. Educación Social. Parecido a Educación especializada. ¿Conoces CouchSurfing?... (Cogiendo aire) Pues es una comunidad que funciona por internet en que…”
El bigote del hombre se debía a sus aficiones de jubilado alegre y relajado. “Hago teatro lírico, mira uno de los panfletos del asiento de atrás”. Y allí estaba el señor fotografiado entre muchos otros en un panfleto que anunciaba de forma muy bohemia “La Vie Parisienne” con pose de frívolo simpaticón. Al hombre, que hace de varios personajes en la obra, entre ellos de amante de la prota, le costaba de creerse que no conociera “La Vie Parisienne” y se ha puesto a cantarme las estrofas más famosas. Al seguir yo sin reconocer, me ha puesto el CD de una grabación en directo con el que ensaya cuando va en coche y al seguir yo con mi cara impertérrita de "no me cosco de qué me hablas" ya se ha rendido.
La segunda persona interesante eran en realidad dos en el mismo coche y no tan interesantes. Lo guay es que uno de ellos era un viejito tibetano auténtico pero sus limitaciones lingüísticas han impedido que le hiciera todas las preguntas que hubiera querido. El otro era un francés de unos 35. Cuando le he preguntado al tibetano qué hacía en Francia ha intentado contármelo con su francés precario y ha sacado el tema de que es budista y ha venido por temas relacionados con eso y le he dicho que el budismo me parece muy interesante. Entonces el tibetano ha asentido sabiamente y se ha callado ya para todo el rato (estaría meditando) y el que se ha puesto a rajar por los codos es el francés, paradójicamente empezando casi todas las frases por “Es que los occidentales…”.
Del resto del viaje he disfrutado menos como he dicho por miedo a la noche. He subido a Chateau-Châlon, un pueblo que hay encima de una montaña y he dado una vuelta rápida. Es un pueblo tan pequeño que me daba miedo que nadie fuera a salir de él en coche. Estaba escribiendo el cartel cuando por primera vez en un buen rato he oído ruido de motor. Y me he girado con tanta convicción y brío que el conductor ha tenido que bajarme de la montaña, aunque visiblemente en contra de su voluntad. Quizás para vengarse me ha dejado en plena carretera donde los coches iban a 100 km/h.
Cuando pasaba un camión se me volaba la pizarra de lo encañardados que iban. He conseguido salir de ahí y unas horas después con mucha suerte y un guante y un gorro de lana perdidos para siempre he llegado a Dijon, de noche.
Fotos: Château-Chalon
Ginebra con hielo y sin limón.

miércoles, 3 de marzo de 2010

6 de Enero de 2010 (2). RARO RARO RARO


Ginebra.
El chico que me alberga en su casa de Ginebra, Soolen, resulta ser un alemán enfermizamente tímido, por no decir raro de cojones. Me lleva a la Galérie, un bar asociación muy molón donde se venden las birras más baratas de la ciudad. El local está en un edificio antiguo y no muy alto, en una calle tranquila y harmoniosa del centro. Antes de abrir la puerta debes abrir una verja que da un pequeño patio de piedra. La nieve cubriendo el exterior y la calidez de la luz y la madera en el interior, vista a través de grandes ventanas de cuatro paneles hacen pensar en el taller de Gepetto, el padre de Pinocho. El ambiente dentro del local es parecido al de la Bretelle aunque con un aire más joven, más “hippy-asociación-refugio de montaña”. La excusa del evento es que dos de sus miembros van a improvisar con sus guitarras eléctricas.
Más que lo exacto y preciso de los suizos, el funcionamiento de la barra evoca lo caótico de una asociación. Por poner un ejemplo el precio de los vinos oscila según a qué miembro del claramente sobrecargado equipo de camareros se lo pidas y de la noción del cambio euro-franco suizo que tenga este. Hay claramente dos facciones: la pesetera y la derrocho-festiva. Uno de los camareros de este último grupo, que se parece una barbaridad a Popeye, es un hombre mayor y arrugadísimo con gorra de marinero que está borracho como una cuba. Al oírnos al alemán y a mi hablar en francés decide que somos quebequeses (de Canadá) y yo intento explicarle que no es así, hasta que propone invitarnos varias veces mientras imita “nuestro acento tan gracioso” para celebrar nuestra francofonía común. Vive le Français, alors! Lástima que luego la facción pesetera nos cobre a sottovoce con carácter retroactivo.
Y todo eso es muy normal si lo comparamos con el comportamiento de mi acompañante, el alemán, al que ya he anunciado raro como un perro verde. De él todo me parece aceptable hasta que al volver del lavabo descubro que ha sacado de su bolsa un dosier gordísimo que está leyendo. Le pregunto qué lee queriendo en realidad decir “Pero ¿qué coño haces?”. Es el plan de movilidad sostenible que ha propuesto el ayuntamiento. Ah. Luego descubro que se ha deprimido porque esperaba otros couchsurfers en el bar y le turban todos esos desconocidos que... no conoce...
Viendo el percal me pregunto cual es mi cámara. Una vez acabada una animada conversación con los camareros, me quedo un poco solo. Decido empezar a hablar con un rubito con pinta de majo que hay a mi lado. Decido romper el hielo con los siempre eficaces comentarios sobre lo directamente observable en el ambiente. Por ejemplo, en aquel caso, la improvisación con guitarra que estabamos disfrutando: “¿No te da la impresión de que es la misma canción desde el principio de la noche?”
El chico se ríe mucho con lo que deduzco que sí, le da la impresión, pero contesta que los que tocan son sus mejores amigos, con lo que la conversación no dura mucho más.
Soolen y yo no tardamos en volver en tranvía a su casa.
En la foto: Popeye empapado de vino.