jueves, 16 de diciembre de 2010

14-1-2010 ¡A BÉLGICA POR CARIDAD!


Bruselas, 15h.
Salir de Reims fue agonizante. No había encontrado ninguna referencia en internet para salir de esta ciudad en autostop dirección Bélgica. Es por eso que al principio me pongo en puntos por los que debían pasar pocos coches que se dirigieran a Bélgica.
Pasado el aburrimiento y el agobio, un punto de desesperación empieza a aparecer en mi cabeza. Después de unas cuatro horas decido cambiar de punto por enésima vez y por el camino decido darme una tregua y comprar en Lidl un chocolatismo guarro para remontar la moral. Al salir del súper, me instalo en un semáforo, dejo las maletas, apoyo la pizarra junto a estas para disponerme a comer.
Ironía. No me da tiempo ni a sentarme porque un coche se ha parado. Se trata de a lo que llamamos un cochazo, una excepción en mi experiencia de autoestopista. En el momento me extraño bastante porque hasta ahora la tendencia ha sido que parasen más bien los pobretones.
El hombre que conduce el coche me despeja la incógnita cuando me explica que en su familia siempre hacen algo bueno por los demás e intentan ayudar al prójimo, que tienen muchos compromisos con el desvalido social.
Una vez incluso acogieron a una familia de rumanos. Adopta una mueca sonriente de melancolía buenoide al rematar que al final la familia limpió la casa, en el sentido menos higiénico de la palabra, antes de irse. Ser altruista te depara siempre un destino muy perro, ya se sabe, pero ¿Y lo bien que duermes después de jugar a remediar?
Hemos llegado a St. Quentin, pueblo cercano a la frontera franco-belga que será mi próxima parada. La amabilidad del conductor no tiene límites. Sonriente, sale del coche a despedirse, saca mi maleta del portaequipajes y cuando ya no hay nada más que decir se saca la cartera del bolsillo de atrás. Atónito, le miro sacar un billete de cinco del mismo y alargarlo hasta mí. ¡Me ha convertido en uno de sus desvalidos sociales!
Aturdido por este momento taxi invertido que se carga por completo la filosofía de mi viaje, no encuentro fuerzas para resistirme a su insistente afán caritativo. No soporto su sonrisa a lo Evita: “Que sí, que lo necesitas, no tienes trabajo. Respóndeme simplemente: ¿Tienes trabajo?”. Me doy por vencido y me quedo allí con cara de tonto. Eso sí, un tonto más cerca de Ámsterdam que hace unas horas y con 5 cochinos euros más.